martes, 6 de septiembre de 2016

El control idóneo del comportamiento de los niños



En un escrito anterior, nos referíamos a algo que todos hemos constatado, a través de nuestra experiencia: los niños sanos tienen una energía y una actividad impresionantes. No paran de moverse y de investigarlo todo. Por ello, debemos estar muy atentos a lo que hacen ya que, a menos que estén físicamente impedidos o que estén durmiendo, pueden hacer todo tipo de actividades potencialmente peligrosas para ellos, para otros niños, para los adultos o para los animales.

Muchos padres no podrán contar con la colaboración de otros familiares o amigos, durante las  etapas en las que ellos no dan abasto con sus hijos pequeños. Menos, todavía, si se encuentran con más de un niño en casa.

Para ayudarlos en esos momentos que pueden ser tan agotadores, se utilizan algunas formas de control físico, de manera que los padres puedan ocuparse de otras cosas, además de estar pendientes de lo que hacen sus hijitos: la cuna con barandillas, el "parque", la “trona” o silla para comer, quitar de su alcance algunos objetos que pueden romperse o resultar peligrosos y mantener las puertas de los armarios cerradas, a prueba de niños.

Los anteriores métodos pueden resultar eficaces durante un tiempo, para regular las actividades asertivas infantiles. Pero, pronto, el bebé madura hasta convertirse en un niño pequeño, que puede hablar y entender lo que le dicen los adultos. Por lo tanto, al llegar a este punto, ya no resulta apropiado restringir físicamente su comportamiento. El control, que los padres ejercen sobre sus hijos, pasa de ser físico a ser psicológico.

Tan pronto como los niños aprenden a hablar, la palabra que brota de sus labios, de manera más asertiva, es un "No" rotundo. La repiten cada vez que pueden y ante cualquier cosa que se les diga o se les pida. Más de una vez están dispuestos a privarse de una golosina, por el placer de decir "No". Aunque esta obstinación puede incomodar a sus padres, no es más que una forma de trasladar su asertividad innata a la esfera verbal.

Tanto los padres como las personas que pasan tiempo con niños pequeños, se encuentran ante la necesidad de intentar moderar y encauzar el comportamiento del niño. Para que vaya siendo algo más pausado, para que el niño distinga cuándo y dónde es lícito actuar con mayor libertad o espontaneidad, para que comience a distinguir en qué momentos y lugares es conveniente que su comportamiento sea más tranquilo y moderado.

Algunas personas no conocen otra forma de actuar que no sea la de ejercer un control psicológico sobre el comportamiento del niño. En cuanto puede comprender lo que sus padres y cuidadores le dicen, al niño, se le enseña a sentirse ansioso, ignorante y culpable. Sentimientos que son variaciones, aprehendidas, de nuestra emoción básica de supervivencia:   el miedo.

Una vez que el niño ha llegado a sentirse ansioso, ignorante o culpable, hará un montón de cosas para evitar experimentar esos sentimientos.

Provocar sus emociones negativas es un medio sumamente eficaz de controlar su asertividad infantil natural, la cual puede llegar a ser molesta e, incluso, explosiva. El problema es que, la práctica de este tipo de control psicológico, tiene muchos efectos negativos secundarios.

Al recurrir al miedo para controlar el comportamiento del crío, los educadores no se comportan de manera necesariamente insensible a los deseos de los niños. No se trata de  enseñanzas impartidas con la intención de hacerles daño. Obedecen a la forma como ellos fueron educados, por sus padres y por sus profesores, cuando atravesaban la etapa de su infancia. Hacen uso de este método de control psicológico porque, a su vez, sus progenitores les enseñaron a ellos a sentirse ansiosos, ignorantes y culpables.

Llevan a término esta labor de adiestramiento emocional de una manera muy sencilla: suscitándoles sentimientos de ansiedad, ignorancia y culpabilidad, en función del comportamiento dispar que ellos han tenido con respecto al del resto de la gente.  

Algunos educadores pretenden eludir su responsabilidad amparándose en el uso de normas externas sobre lo que "deben" hacer los niños. Como si la orden no fuera suya, sino “algo que Dios quiere”, “lo que deben hacer los niños buenos”, “¡qué van a pensar los abuelos si ven tu habitación desordenada!”, “¡cómo se pondrá tu padre si ve estos libros tirados por el suelo!”, etcétera. En otras ocasiones, aprovechan para mostrarse como si fueran unas víctimas: “¡con todo el tiempo que me llevó lavar y planchar tu ropa!” “¡con el sacrificio que tiene que hacer tu papá para comprarte estos juguetes!”. Argumentación igualmente seguida por el propio progenitor, cuando dice: “¡me mato todo el tiempo trabajando para que vayas al mejor colegio! Utilizan conceptos emocionalmente cargados, tales como: “¡has sido bueno!”, “¡eres un niño muy malo!”, “¡haz las cosas bien!”, “¡te has portado mal!”, “¡eso no está bien hecho!”,  para calificar al niño o el comportamiento del mismo.

Hablando claramente, es una forma de eludir una responsabilidad incómoda, culpando a cualquier otro. No utilizan un lenguaje claro y directo. En lugar de eso, utilizan la manipulación o el chantaje.

Regular el comportamiento de un niño, con la fórmula "¡Te has portado bien!”, “¡Has sido un niño malo!”, es muy eficaz pero es una forma de manipulación, un control solapado, por debajo de la mesa; una actitud no asertiva. Lo recomendable es una interacción honrada, en la que se le expone de manera precisa, lo que se desea que haga. Siendo persistentes y claros, hasta que el niño cumpla con lo que le han solicitado.

Raramente, se escucha a los padres decir: "Gracias, me haces muy feliz cuando ordenas tu cuarto", o "ya sé que debe fastidiarte mucho tener que recoger tus juguetes, pero eso es exactamente lo que deseo que hagas". Con frases como esas, los padres enseñan a su hijo la importancia de lo que ellos ordenan. Eso le enseña que sólo ellos, y nadie más que ellos, controlan su comportamiento. Son quienes le dicen qué es lo que quieren que haga y qué es lo que no quieren que haga.

Actuando de esta manera, se evita que el niño se sienta ansioso, culpable o indigno de ser amado.

El Diccionario de la lengua española indica que “una persona asertiva expresa su opinión de manera firme”

Si los padres emplean aserciones simples como: "Quiero", "Deseo", "Me gusta", no hay en sus palabras implicaciones o amenazas tácitas de que los niños "buenos" son queridos por sus padres y los "malos" no. Ni siquiera es necesario que le guste lo que ellos quieren que haga. Basta que lo haga ¡Dichosa situación! ¡Poder refunfuñar contra mamá y papá para desahogarse y saber que, no por ello, dejan de amarle!

Cuando los padres asumen de manera asertiva que ellos, y nadie más que ellos, son la figura de autoridad que decide lo que su hijo puede o no puede hacer, le están enseñando al niño que ahora debe obedecerlos a ellos. Pero que, con el tiempo, él será su propio juez sobre lo que quiera hacer y que, en ocasiones, deberá ocuparse de cosas que no le gustan para conseguir lo que de verdad desea.

Veamos un ejemplo ilustrativo. Si una madre está cansada y desea dormir una pequeña siesta en el sofá de la sala de estar, podría decirle sencillamente a su hijo que se quede con su hermana pequeña, mientras ella descansa. En lugar de eso, da inicio a toda una serie de manipulaciones para conseguir su objetivo: Si el niño está jugando con su perro, Boby, la madre se dirigirá a él, para preguntarle: "¿Por qué siempre estás jugando con Boby?" Como el niño no sabe la respuesta, se siente ignorante y contesta, honestamente: "No lo sé". Por lo cual, su madre continúa preguntando: "¿Por qué no vas a jugar con tu hermana, a su habitación?" Como el niño no conoce ninguna "buena" razón para preferir jugar con su hermana, antes que con su perro, de nuevo asoma su ignorancia. Mientras el niño busca una razón, su madre le dice: "Nunca quieres jugar con tu hermana” “¡Con lo que le gusta a ella jugar contigo!" Sintiéndose ya profundamente culpable, el chiquillo guarda silencio, mientras su madre le asesta el golpe de gracia: "¡Si no quieres jugar con tu hermana, ella no te querrá, ni deseará jugar contigo!". Sintiéndose, ya no tan solo ignorante y culpable, sino también ansioso acerca de lo que su hermana puede pensar de su actitud, el chiquillo emprende la marcha, con “Boby” a sus talones, para ir a ocupar el lugar donde el deber le llama, al lado de su hermana.

Paradójicamente, toda la serie de maniobras o artimañas utilizadas por la madre para convencer al niño de que "debería" gustarle jugar con su hermana, resulta mucho más perjudicial para la iniciativa asertiva natural del niño, que si le revelara su vulgar y terrenal apetito de reposo y comodidad y le dijera: “Hazme el favor de no molestarme cuando quiero dormir” Aun cuando utilizara palabras duras para decirle que le dejara tranquila, que deseaba descansar, la madre le estaría mostrando que, a veces, la convivencia entre los seres humanos tiene dificultades y problemas. Que incluso las personas que le quieren y a las que él ama, alguna vez se enfadarán, estarán molestos, cansados, irritados, no tendrán paciencia con él.

La enseñanza manipulativa de emociones negativas se refuerza fuera del hogar. Los niños de más edad, que han recibido el mismo adiestramiento, emplean el control emocional manipulativo para conseguir, de los más pequeños, lo que quieren. En el colegio, algunos profesores emplean el control emocional manipulativo como medio eficacísimo para gobernar la clase con menos esfuerzo de su parte.

En algunos casos, cuando el chiquillo está adiestrado a dejarse controlar por medio de las emociones negativas aprehendidas y se encuentra eficazmente bloqueado e imposibilitado en cuanto a mostrarse asertivo, empieza a recurrir a la agresión pasiva, a la huida pasiva o la manipulación, en un intento de conseguir cierto control sobre su propio comportamiento.

Espero que haya sido capaz, en el presente artículo, de poner de manifiesto la enorme importancia de que, tanto los padres como los profesores, sean asertivos. Es fundamental que  se relacionen con los niños de forma clara, abierta, sincera. Sin manipulaciones o chantajes emocionales. No es lícito permitir que los niños se sientan ansiosos, ignorantes o culpables.










4 comentarios:

  1. Me queda clara la importancia de ser honesto y recuerdo que además de eso, conseguí muchos haciendo con mi educación lo que más les convenía. Traes a mi memoria las bofetadas que recibí de un hermano mayor por alguna falta que para mí podría no ser y los castigos sobre piedras o frente al Cristo del corredor o cuándo me amarraban a una silla sólo en el garaje de la casa o las sangrientas cuerisas con castigos de más de 4 horas encerrado, era todo un escuadrón de castigos, hasta la que me cuidaba tenía autorización para golpearme sin chistar

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    1. Es triste pensar y saber que esas cosas pasan. Quisiera pensar que hacen parte de una forma de educación que ha cambiado o que está cambiando, pero sé que es un autoengaño. Sé que en muchos hogares sigue sucediendo. En algunos casos, no se dará el maltrato físico que tú sufriste. Sí encontraremos maltrato psicológico, manipulaciones y chantajes, abuso de la autoridad. Una agresividad que un niño nunca debería sufrir. Que ellos hayan sido educados de forma parecida no es razón suficiente para que sigan haciéndolo con sus hijos. Luego, son incapaces de reconocerles, a esos niños que se habrán convertido en adultos, que se equivocaron, que no supieron cómo manejar las situaciones que les desbordaban, que no se hubieran merecido lo que recibieron, que les gustaría que les perdonaran por el daño producido. No, son muy orgullosos o están completamente ciegos. Seguirán pensando que los castigos eran merecidos y que ellos obraron como correspondía. ¡Qué tristeza! Resulta que sólo hubieran tenido que indicar con claridad cómo querían que fueran las cosas. Enseñar cómo hacerlas y no castigar, con rabia, cuando las cosas no se hacían como ellos esberaban. La persona herida, a la que se le hizo daño, ojalá que pueda superar las huellas y cicatrices de tanta agresividad. Incluso, puede aprender a perdonarles, en su interior. Ellos, los que abusaron de su poder, si no cambian su manera de pensar, se encontrarán aislados, amargados, con un poder que no les sirve sino para alejar a algunas personas, para siempre.

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  2. Fantástico articulo. Nunca es tarde para rectificar. Es muy interesante descubrir que a veces, no hemos educado con asertividad ( yo diría que la mayoria de las ocasiones) no obstante, de forma asertiva, nos abres los ojos y lo que nosotros hubiéramos pensado, que estábamos utilizando un buen método de educación, nos percatamos que lo hemos confundido con manipulación disfrazada. Gracias por aclararnos errores de los que no somos conscientes por haber recibido tambien una errónea educación. Un fortísimo abrazo.

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    1. Paloma, lo deseable es que seamos conscientes de cómo fue nuestra educación, de cuáles son nuestras creencias y valores, de cuál es nuestra idea de respeto. Para algunas personas, el respeto sólo es de los hijos hacia los padres. No es recíproco. Incluso, cuando los hijos son adultos siguen exigiendo un respeto al que ellos no corresponden, de igual manera. Recordemos que los hijos aprenden más de nuestro ejemplo que de aquello que decimos o de los castigos que reciben... Un hijo que es respetado, aprende a respetar... No tenemos que manipular a las demás personas para decirles lo que queremos que hagan... Basta con que lo digamos, a los niños, explicándoles bien lo que esperamos de ellos, y que seamos insistentes... Si son adolescentes o adultos, será conveniente que lo hablemos con ellos y que lo negociemos... Que salga un compromiso mutuo... Luego, cumplir nuestra parte y pedir al otro que cumpla con su parte. Si, con el tiempo, vemos que algunos elementos de la educación recibida y de las ideas transmitidas por la sociedad no nos gustan, lo ético, con nosotros mismos, es que tengamos eso en cuenta a la hora de educar a nuestros hijos o alumnos y cuando nos relacionamos con otras personas. Personalmente, creo que los niños, desde muy pequeños, tienen su propia voz y qué bueno sería si la escucháramos...

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