jueves, 5 de noviembre de 2015

No me gusta la palabra culpa; prefiero hablar de responsabilidad


Gran parte de la culpa es impuesta por otros.

Culpa es una de esas palabras que yo retiraría de nuestro vocabulario. Es mucho el daño que nos hace, y pocos los beneficios que nos reporta. A mi entender, ninguno. Al pronunciar el vocablo culpa, hacemos implícita referencia a un tema complejo, que tiene diferentes acepciones, connotaciones jurídicas y morales, al igual que conlleva emociones que pueden llegar a ser muy negativas. Su utilización, no ayuda a solucionar los problemas. En lugar de estimularnos a emprender una acción encaminada a reparar el posible daño, lo más frecuente será que nos produzca una cierta paralización.  

Prefiero hablar de responsabilidad. De la responsabilidad que comportan nuestros actos, pensamientos y emociones; de los cuales, se derivan todo tipo de consecuencias. Muchas, serán positivas. Otras, pueden ser negativas y, algunas, neutras o irrelevantes.

La idea de culpa está relacionada con el proceso de socialización. Nos llegan mensajes desde diferentes fuentes, tales como la familia, el colegio, los amigos, los medios de comunicación social… Se transmiten las costumbres, se enseñan buenos modales y se dice lo que está mal. El problema se presenta cuando se le dice a una persona que es mala, por no hacer lo que se quiere de ella, o que es buena, cuando es complaciente y se comporta como se considera que es adecuado.

Afortunadamente, no toda la educación, ni todas las relaciones personales y sociales, fomentan el desarrollo de los sentimientos de culpa, o tratan de inculcar a otros la idea de culpabilidad, erigiéndose en jueces, y determinando que unos son culpables, y otros no. Pero, basta que tengan lugar este tipo de actuaciones, para que nos encontremos con personas con mayor propensión a sentirse culpables de diferentes cosas; o, por el contrario, a considerar que los culpables son los demás. Porque, desde pequeños, han internalizado que cuando las cosas no son como ellos, u otros, desean o esperan, hay alguien, o algo, que tiene la culpa de ello.

Por desgracia, en ciertos ambientes, el sentimiento de culpa empieza a instalarse en alguien cuando, debido a algunos comportamientos, o a ciertos olvidos, o a no saber cómo hacer algo…, siente que le retiran el afecto, que le hacen sentir mal por lo que ha sucedido, que le critican y no le ayudan a comprender los errores cometidos, y cómo hubiera sido recomendable que actuara.

Gran parte de la culpa es impuesta por otros. Se enseña a sentirse mal: ¡culpable! Cuando no se hace bien algo, cuando no se procede de acuerdo a como el otro espera que actúe, cuando se hace daño, aunque haya sido involuntariamente, o por desconocimiento. Cuando no se cumple con las supuestas obligaciones. Cuando se actúa torpemente, o sin razonar lo suficiente, y no se prevén las posibles consecuencias de nuestro proceder.

Quiero suponer que lo que desean es enseñarles a ser responsables de lo que hacen. Que sus actos y sus decisiones tienen consecuencias. Que es importante tener en cuenta a los demás, tratarles bien, no hacerles daño, a propósito, o por falta de previsión, o de ver las posibles consecuencias. Pero se equivocan en la manera de hacerlo y, por lo tanto, no aprenderán la forma “adecuada” de actuar. El sentimiento de culpa es paralizante, y no ayuda a actuar correctamente. Si te dicen que eres malo, lerdo, incapaz, incompetente, inútil…, y tú te lo crees, con frecuencia harás mal las cosas. No aprenderás de la experiencia y de tus errores, corrigiéndolos y buscando nuevas formas de actuación.

Parece que, a algunos mayores, se les olvida que están relacionándose con niños y que, precisamente por eso, éstos son más impulsivos y viven en el momento presente, sin siquiera poder intuir lo que pasará después. En un principio, no hay maldad en la forma de proceder de un niño.

Son los adultos los llamados a enseñarles muchas de las cosas que van a aprender. En algunos momentos deberán adelantarse, ir dando directivas, enseñanzas, estableciendo unas normas que sean claras para todos, y que, preferiblemente, hayan intervenido en su elaboración y estén de acuerdo en llevarlas a la práctica. Convendría que les enseñen cómo desean que se hagan las cosas, que les señalen los errores y la forma como podrían haber actuado. Que les ayuden a corregir pequeñas faltas. Existiendo coherencia en ellos, en cuanto a sus enseñanzas y su forma de actuar, ya que, muchos de los aprendizajes de los niños, se hacen por medio de la imitación.

En ocasiones, se sustituye ese seguimiento amoroso y educativo de los menores por otro tipo de actuaciones; posiblemente, más rápidas, pero menos efectivas, y con consecuencias secundarias negativas. A veces, es más fácil etiquetar a los niños como buenos o malos, educados o maleducados, obedientes o desobedientes… En lugar de dedicarles la atención, la comprensión y el tiempo necesarios para que entiendan y reflexionen sobre sus actuaciones. Se les imponen unos criterios externos para calificar su forma de actuar, los cuales, posiblemente, serán cambiantes, en función de cómo se encuentre el adulto en cada momento.

Quienes transmiten a sus educandos, o a las personas con las que se relacionan, la idea de CULPA, o de culpar, o de inculparse, pocas veces se toman su tiempo para mostrarles cómo sería la conducta deseable; ni muestran su aprobación cuando las personas actúan bien, cuando cumplen con sus responsabilidades, y cuando han actuado para enmendar o compensar a otros por los errores cometidos. Esto, al menos, aliviaría un poco ese sentimiento de culpa y las consiguientes autocríticas que les darán la sensación de ser malos; de que hay algo negativo dentro de ellos mismos, de que, por su comportamiento, no merecen ser amados por otros… Una trágica espiral negativa que va en aumento.

En este escrito no me refiero a ciertas conductas que tendrán que dirimirse ante los Tribunales de Justicia. Me refiero a las miles de actuaciones diarias que se sobredimensionan, al intervenir el término CULPA.

Les propongo que eduquemos responsable y amorosamente. Que en nuestras relaciones, fomentemos en otros la libertad y la responsabilidad. Que ayudemos a que niños, jóvenes o adultos, aprendan a decidir, a reflexionar, a pensar en los demás cuando actúan. Y a saber que, lo que hacen, o no hacen, tiene consecuencias para ellos mismos, al igual que para los demás, para los animales, o para el medio ambiente. Que son seres libres, pero también son responsables de su forma de actuar, ante la vida y ante los problemas.

Prefiero hablar de RESPONSABILIDAD porque ésta nos permite ser dueños de nosotros mismos, y actuar en consecuencia. Algunas veces nos equivocaremos, se nos olvidará hacer algo, o podremos hacer daño a los demás. Está en nosotros solucionar los problemas que se nos presentan y enderezar el rumbo de nuestras actuaciones, tantas veces como lo creamos conveniente. No necesitamos recurrir permanentemente a la idea de castigo, rechazo o maldad que va implícita en la palabra CULPA. La RESPONSABILIDAD nos permite crecer, aprender de la experiencia, pensando en las posibles consecuencias y repercusiones de nuestro proceder, corrigiendo todo lo que sea preciso.


4 comentarios:

  1. Realmente no nos damos cuenta, que en realidad el término CULPA, que utilizamos con tanta ligereza, puede ser altamente dañino y como bien dices paralizante... sin embargo al sustituirlo por RESPINSABILiDAD invita a reflexionar y a dar la oportunidad de corregir y con ello aprender de las cosecuencias de nuestros actos. La responsabilidad es humana y la culpa un castigo que nos perpetua en el tuempo. Está genialmente expuesto y con sinceridad me ha encantado. Esto puede orientar a los adultos para mejorar su responsabilidad con la educación de sus pupilos . Bravo Magdalena ! Este artículo es fenomenal!

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  2. Muchas gracias por tus comentarios, y perdona, a veces tardo en responderlos. Todos los leo cuando escribes, y suelo comentarlos contigo, pero tardo en hacerlo aquí. Son varias las palabras que utilizamos y no nos ayudan, sino que nos dificultan el camino, o nos paralizan... La culpa, los debería, los miedos, la crítica.... Incluso otros, como la dependencia, la familia, el amor.... Con ideas preconcebidas que hacen que sean muy diferentes a las realidades que debemos afrontar. Ánimo, y me honras con ese seguimiento que haces de lo que escribo.

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  3. Acerca de la culpa y la responsabilidad:

    Copio este comentario de Alice Carroll:

    No es lo mismo la responsabilidad que la culpa, la culpa es una actitud formada por emociones y pensamientos, que nos llevan a una sensación de autodevaluación. Es decir, la persona que siente culpa, se califica negativamente como persona, se siente mal consigo misma y se siente devaluada de alguna manera.

    De lo que se trata realmente es de asumir nuestros actos, y hacernos responsables de enmendar las situaciones, hasta donde sea posible. Hay una gran diferencia entre sentirme culpable y sentirme responsable. La culpa me hace sentirme mal conmigo y me devalúa. Hacerme responsable me hace sentir mal hacia la conducta, pero me sigo sintiendo bien conmigo, aceptando que cometí un error, pero que eso no me devalúa como individuo.

    La responsabilidad es una actitud hacia el presente y hacia el futuro, la culpa es un sentimiento que sólo mira al pasado. Nada de lo que sucede ahí fuera en el mundo es tu culpa aunque si son tu responsabilidad el elegir unas opciones u otras o el optar por una respuesta u otra. La responsabilidad es la habilidad de responder (Respons-Habilidad). Cada situación en la vida nos ofrece la oportunidad de responder, y cómo respondemos determina cómo nos sentimos y lo que atraemos hacia nosotros.

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